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Contrariedades

Quien Fue que te Peló que las Orejas te dejó – Parte I

Siempre he escuchado que para poder afrontar cualquier eventualidad, en toda familia debe haber un Médico, un Guardia y un Cura. Al parecer esta regla no es absoluta, ya que en la mía no contamos con ni uno sólo de los profesionales antes mencionados. En cambio lo que si tenemos es un barbero, El Tío Manuel, hermano mayor de mi abuelita paterna.

Mi tío, por mucho tiempo junto a su socio Calín, que en paz descanse, fue propietario de la Barbería Victoria, estaba ubicada frente al Parque Independencia en La Palo Hincado casi esquina Calle El Conde, tenía tanto tiempo instalada allí, que presumo hasta Juan Pablo Duarte se arregló la barba a manos de mi familiar. El lugar era bastante peculiar por su mobiliario, peluqueros y la mayoría de los clientes, los cuales parecían extraídos directamente desde el Jardín del Edén, todo era antiguo, es más, si le quitabas el letrero y entrabas por error, podías confundirte y pensar que estabas en un asilo de ancianos o en una morgue. A pesar de esto, confieso que de niño me gustaba que mi Papá que me llevara, yo aun no había desarrollado el sentido de la moda, mi ingenuidad no me permitía dar cuenta de la matada que me daban, además en la barbería había una maquinita de Yum Yum (Frosty o jugo congelado) y siempre que acudía me brindaban uno rojo de los grandes.

De esta época de mi vida acuñé el distintivo peinado para al lado, que nunca he podido cambiar y será parte de mi marca de fábrica hasta que le ley de gravedad surta efecto y me quede calvo. Es increíble como la percepción de los lugares y cosas cambia conforme vamos envejeciendo, pues en la adolescencia la visita a mi Tío dejó de ser placentera. El tipo, no se si porque la pelada era de balde (gratuita), porque ya estaba viejo o porque no sabía bregar con los pelos de un joven, cada de vez que me agarraba, terminaba conmigo en menos de dos (2) minutos, tomando en sus manos el abejón (la maquinita) para perpetrar una trasquilada sin parangón, dejándome el caco puyú.

Ahora cuando lo pienso, creo que se como se sintió Robespierre cuando lo llevaron al patíbulo y lo guillotinaron, sólo a eso se compara lo que me hacía mi Tío cada vez que lo visitaba, jajaja. Generalmente asistía a mi suplicio los sábados prima mañana, esto a fin de evitar perder horas muertas en la espera, porque como sabrán los clientes que pagan siempre tienen preferencia y a mi me dejaban para el final. Mis visitas mensuales a Don Manuel me convertían en la atracción de circo el lunes siguiente entre mis amiguitos del colegio, ya que seguro recibiría las burlas, comentarios y relajos pesados de todos.

Por esa razón trataba de llevar mi gorra azul del Licey, la cual por no ser parte del uniforme siempre terminaba confiscada en manos de los religiosos del colegio. Recuerdo un día cuando sentado en el sillón (cadalso, patíbulo, muro de fusilamiento, silla eléctrica, horno de cremación), mi Tío Manuel me comentó muy emocionado “Sobrino ya me operé las Cataratas de este ojo, señalando el derecho, el izquierdo me lo intervengo el mes que entra…”, caí para atrás como lo hacía Condorito el de las Tiras Cómicas, de repente todo se me hizo claro, el viejo estaba medio ciego, ya sabía yo que dejarme una patilla de un largo y la otra de otro, no podía ser cuestión de mala suerte.

Ese día tomé la decisión de no volver a recortarme con él y cambiar sus servicios gratuitos, por los pagados de Franklin, un gay que tenía un salón unisex en la esquina de mi casa, donde también me sucedieron miles de cosas que serán en el futuro objeto de otra entrega cargada de contrariedades.

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