Opinión de Rafael Sánchez Cárdenas para Perspectiva Ciudadana.
Hemos vuelto al estadio, como romanos, a pedir cristianos para los leones. Estamos desconcertados. Hemos olvidado el credo aquel de que las cárceles eran el lugar en donde los criminales serían reeducados, tratados y saneados para luego devolverlos a la sociedad. Con sus pecados purgados.
Nos empiezan a parecer poca cosa las penas aquellas de tres (3) ó cinco (5) años para los menores que han incurrido en crímenes. Y ahora, bisturí en mano, pretendemos diferenciar entre menores que son menores y menores como que casi no lo son.
La magnitud del crimen, al parecer, definirá la menoridad en una clasificación que habrá que esperar: menor, medio menor, menor-adulto, “careniños”. Volvemos al canto aquel: “será un enano o será lampiño, pero… ¡Vaya usted a ver!
Estamos empujando a la oficialidad policial, desde las gradas mediáticas, a resolver previo a cualquier juicio penal, la peste que los “chamaquitos” están difundiendo en nuestra aséptica sociedad. Obviamos la intensión manifestada por el nuevo jefe policial de contener las muertes en intercambios de disparos.
Se prefiere, en el fondo, la facilidad del ¡Crucifíquenlos! El método de la fuerza, como panacea, contra la delincuencia. Así obviamos la sustancia del desafío que estas conductas criminales de los menores nos plantean.
Pugnamos por un aumento del grado de violencia estatal frente a la delincuencia juvenil, que reivindica y reproduce aquel concepto de la seguridad nacional propio de la guerra fría en contraposición a un enfoque de seguridad ciudadana moderno, descentralizado y con un fuerte acento comunitario que involucre a la gente en la defensa de su ambiente social y sus propiedades.
La realidad es que se ha producido una ruptura en la confianza entre autoridad y ciudadanía, que dificulta una respuesta integral. Como debe ser. No una carga de más violencia institucional.
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