Dilma Rousseff, de 62 años, la persona elegida por Lula da Silva para sucederle, se ha proclamado presidenta de Brasil, frente a José Serra, candidato opositor del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). Según los datos facilitados por el Tribunal Electoral de Brasil, con un 96% de los votos escrutados, la candidata oficialista obtiene el 55,72% de los apoyos y supera a Serra (44,28%) en más de 11 millones de votos, cuando quedan menos de cinco millones por recontar. Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT)será así la primera mujer en la historia de Brasil que ocupa ese cargo.
Dilma ha seguido el escrutinio de los votos desde su casa de Brasilia, junto con algunos amigos y dirigentes del PT. Tras conocer su victoria, está previsto que se reúna con el presidente saliente y su gran apoyo durante la campaña, y luego se dirigirá a un hotel para hacer una declaración como la ganadora de las elecciones presidenciales.
“No me voy a permitir perder esta elección”. Luiz Inácio Lula da Silva, el presidente más popular de la historia de Brasil, ha dejado siempre claro que la victoria de su candidata sería una victoria propia. Y lo contrario: que su derrota significaría una bofetada del electorado en su propia cara. El candidato opositor, José Serra, también tuvo siempre presente que ni él, ni su grupo (Partido de la Social Democracia Brasileña, PSDB), luchaban sólo contra la candidata del Partido de los Trabajadores (PT), sino contra el propio Lula. “Mi batalla es una batalla gigantesca”, ha confesado Serra poco antes de acercarse a depositar su voto, en la ciudad de São Paulo.
Cerca de 137 millones de brasileños han acudido a las urnas para decidir, en segunda vuelta, quien será el 40º presidente del quinto país más grande del mundo (toda la Unión Europea cabe en la mitad de su territorio) y, sobre todo, quién sucederá al ya legendario Lula. Rousseff, que recuperó a la hora de votar la chaqueta roja que sus asesores le habían prohibido llevar en los últimos días de la campaña, se ha mostrado confiada. Ha acudido a las urnas en la sureña ciudad de Porto Alegre, arropada por cientos de personas que la aclamaron al grito de “presidenta”. Si los sondeos se cumplen, Rousseff se convertirá, a los 62 años, en la primera mujer presidente de Brasil y hará frente a una tarea formidable en uno de los países que mejor representa la emergencia de nuevas potencias mundiales.
Lula, que la eligió como candidata presidencial en contra de la opinión de muchos de sus compañeros del PT, habrá sido un elemento decisivo en la victoria, pero como mantiene el ex ministro y sociólogo Roberto Mangabeira Unger, “ahora empieza un momento distinto, con una persona diferente y con un trabajo que tendrá sus propias exigencias”. “Ahora comienza una nueva etapa en nuestra democracia”, ha afirmadola propia Rousseff a la salida del colegio electoral.
José Serra, de 68 años, ex gobernador de São Paulo, que quema su último cartucho político, ha animado a los votantes a probar la alternancia, “algo que haría mucho bien al país”, ha asegurado. Lula ha estado ocho años en la presidencia (la Constitución brasileña prohíbe un tercer mandato) y se retira con un increíble 83% de popularidad. Pocos confiaban en que Serra pudiera dar la vuelta a los sondeos: la victoria del candidato del PSDB, bromeaba hace dos días, en una cadena de televisión, un conocido analista, solo parece posible en dos circunstancias muy especiales: “que las empresas de sondeos se hayan vuelto locas… o que se produzca un milagro”.
No parece, sin embargo, que los aspectos religiosos, tan presentes en la campaña para la segunda vuelta, hayan sido finalmente un elemento tan decisivo a la hora de depositar el voto. “Lo importante, por encima de todo”, ha confesado a EL PAÍS un pastor protestante a la salida de un colegio en Brasilia, “es cómo ha mejorado la vida de la gente en estos ocho años”. Para la mayoría de los expertos brasileños, es la llamada clase c, la nueva clase media baja, que ha nacido y crecido bajo la presidencia de Lula, la que tiene la llave de las elecciones. Y para esos millones de ciudadanos que confían, llenos de optimismo, en seguir mejorando su nivel de vida, la continuidad ha podido ser el elemento decisivo a la hora de depositar el voto.
Dilma Rousseff, hija de un abogado comunista búlgaro y de una maestra brasileña, antigua militante de un grupo armado durante la dictadura militar brasileña, se ha presentado a estas elecciones (las primeras a las que concurría en toda su vida) con una intachable hoja de gestora económica, seria y eficiente, y ha prometido, sobre todo, esa continuidad con respecto a la etapa de Lula. Rousseff ha asegurado: “Si gano las elecciones, oiré a Lula cada vez que lo necesite”, y Lula ha prometido ayudarla en lo que le pida.
Rousseff necesitará, sin embargo, asentar su fuerza y poder en la presidencia, con un gobierno propio y su propia forma de trabajar, que es, sin duda, mucho más adusta que la de su predecesor. Pese a todo, se da por seguro que, si gana, mantendrá, por lo menos durante un año, al actual ministro de Economía, Guido Mantegna. La gran duda es su relación con los barones del PT, a los que Lula mantuvo siempre a raya, con el poder que le daba su fabulosa popularidad, y que ahora pueden reclamar mayor protagonismo. Uno de esos barones, José Dirceu, ha aclarado, sin embargo, que no aspira a ningún cargo ministerial. “Ni puedo, ni debo, ni quiero”, ha proclamado.
El futuro de Lula, que se ha empleado en esta campaña con todas sus energías y ha demostrado que mantiene intactas su fuerza y su capacidad de convicción, es una de las grandes incógnitas de esta nueva etapa. ¿Optará a un tercer mandato en 2014 o considera que su tiempo “brasileño” está definitivamente cerrado? “Lula solo volvería en un caso”, explica un destacado militante del PT. “Si Dilma llega a la presidencia y su mandato fuera un fracaso. Entonces, todos le pediríamos que regresara. Si Dilma tiene éxito, lo más natural sería que ella misma optara a la reelección”.
Lo que parece claro es que ni Serra ni Rousseff tienen la extraordinaria proyección internacional que ha logrado el actual presidente brasileño. Lula es un “activo” de Brasil en todo el mundo y parece lógico que, bien sea al frente de una fundación, bien sea en cualquier otro puesto, la actividad internacional forme parte de la agenda inmediata de esta formidable figura política latinoamericana.
Via: ElPais
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